Mi buen amigo J.M., originario de Morga, –los que conozcan el lugar y a sus gentes sabrán que no es un asunto menor–, y al que ya he citado en alguna otra ocasión por su fina interpretación de la realidad, dice que si cierras los ojos mientras haces la declaración de la renta puedes oír los cascos de los caballos con los recaudadores de la corte sobre sus lomos, que se acercan cabalgando al galope a tu esquilmada cuenta corriente, amedrentándote con voceríos amenazantes desde la lejanía. Añade mi amigo que, con un poquito de interés, puedes imaginar también a todos los cortesanos rodeados de privilegios y corruptelas, de festejo en festejo, de banquete en banquete, con sus carruajes blindados, relucientes y su séquito espantando la molesta, paupérrima y cada vez más pedigüeña chusma que dejan a su paso.
Dice mi amigo que cada día hay menos gente echando los garbanzos al puchero y cada vez más cortesanos con sus acólitos metiendo la cuchara en el cocido. ¡Ojo con estos últimos, los acólitos, verdaderas garrapatas que viven estupendamente adheridas a la burocracia administrativa, porque además de insaciables, son muchos y están muy bien camuflados!
Dentro de la olla con la legumbre que representa el erario público existe un 0,7% de toda la masa salarial, ¡sacramentos en toda regla!, cuyo origen no es otro que los tributos que, tanto trabajadores como empresas, pagan, garbanzo a garbanzo, con el único fin de financiar la formación continua de los empleados de las organizaciones y que la Seguridad Social se encarga de recaudar. Pues bien, si son solo dos los estamentos, trabajadores y empresas, los que contribuyen con su esfuerzo a que al cocido no le falte ningún ingrediente, a la hora de sentarse a la mesa aparecen, cucharón en mano, multitud de colectivos, asociaciones, agrupaciones y los llamados agentes sociales, pillando cacho de forma que para cuando la formación se sienta al banquete no queda ni para untar pan. Dicho de otro modo, se inventan un impuesto para un fin necesario y loable que termina sirviendo para mantener y financiar a parásitos que debilitan nuestras escuálidas posibilidades de recuperación económica. Sigo sin entender por qué, si la línea más corta entre dos puntos es una recta, se empeñan en dibujar recodos que alargan el camino y que sirven además, de guaridas de saqueadores que no solo desvalijan las arcas, sino que entorpecen los procesos formativos, en un tobogán burocrático administrativo, moviendo montañas de papeles para justificar sus ingresos y así su propia supervivencia.
Es “admirable”, nótese la ironía, la habilidad que algunas personas, físicas unas, jurídicas otras y etéreas la mayoría, tienen para sentarse en la mesa de la cosa pública como comensales y ponerse hasta arriba a costa de los impuestos de los demás. En el caso de la formación resulta que, además, estos cuatreros han alcanzado tanto protagonismo en la gestión de los fondos que se han convertido en los vigilantes de los demás. Es decir, una vez restado la parte que ellos se han consumido, ahora son los encargados de que los que no pueden ni siquiera rebañar en el fondo de la cazuela y que son, mejor dicho, eran, los verdaderos destinatarios de la financiación, justifiquen cada euro bonificado. Tengan, por tanto, la tranquilidad, amigos lectores, que donde no hay opción de desviar los fondos para otros fines, no se desvían. De ello se encargan los que los desvían con anterioridad.
Hoy en día, en el mercado no existen distancias y los competidores son innumerables, cada vez más y mejores. Competir por los costes sin tocar salarios es harto difícil y el mío que nadie lo toque. Por tanto, solo queda como opción para mejorar nuestra competitividad una diferenciación significativa, y alcanzar dicha diferenciación sin cualificación, sin conocimiento, sin formación es sencillamente imposible. Malgastar los fondos destinados a formación que aumente la empleabilidad, desarrolle la capacitación y contribuya a la competitividad de nuestras empresas, es tanto como perpetuar una situación de subdesarrollo hasta un punto de no retorno. Si los que tenemos el privilegio de ir a trabajar todos los días no cumplimos nuestra misión mejorando las capacidades, los desafortunados que no tienen el anhelado empleo, especialmente los más jóvenes, más tiempo tardarán en tenerlo, toda una responsabilidad. Y ahora vas y me inspeccionas.
*Vicente Gutiérrez.
Socio Fundador en Grupo Bentas.