Artículo publicado en Deia – Bizkaia Activa
Vicente Gutierrez
Ya lo dije en esta sección, pero lo volveré a escribir. Las familias, los centros educativos y las empresas estamos generando entornos de escasa exigencia con las personas. En vez de tirar hacia arriba facilitando el crecimiento, hacia la madurez, tiramos hacia abajo, es decir, frenamos el desarrollo. Si a esta circunstancia añadimos el elevado número de recompensas inmediatas no contingentes a los esfuerzos ni a los deseos, el resultado es la eterna adolescencia; personas con escasa resistencia a la frustración, faltos de responsabilidad y víctimas de las circunstancias.
De manera simple: si al niño le proporcionamos lo que quiere sin exigirle el esfuerzo para obtenerlo, e incluso se lo regalamos antes de que lo desee, difícilmente ese niño va a tirar del motor de su automotivación para alcanzar metas y hará siempre responsable a su entorno de lo que no tiene: purita inmadurez.
En su día tuve una jefa de las que tiran hacia arriba, sí o sí y tonterías las justas, que en cierta ocasión, en mitad de una reunión y ante la intervención de un asistente, víctima de la sociedad que no paraba de quejarse de los jefes, de la empresa, de los clientes, etc., para justificar sus malos resultados, su descontento y su desmotivación, le dijo: “Si el polen te produce alergia ¿quién toma el antihistamínico, tú o las gramíneas? Cuando un alimento te sienta mal y te produce diarrea ¿quién va al médico, tú o el alimento?. Pues eso, chaval, si todos te sentamos fatal, pide cita al médico, ya estas tardando”.
El victimismo es la expresión de la inmadurez y la irresponsabilidad con altas dosis de egocentrismo, de egoísmo, y es resultado frecuente de entornos como los anteriormente descritos, que engendran la tendencia a responsabilizar a los demás de nuestras desgracias, de nuestros fracasos, incluso de nuestros estados emocionales.
Fritz Heider desarrolló la teoría de la atribución causal que viene a explicar cómo juzgamos a las personas en virtud del significado que damos a determinados comportamientos. La atribución externa responsabiliza siempre a factores, personas o circunstancias fuera de mi control, de manera que me percibo como no responsable de mis sentimientos y conductas.
Esta manera de absorber la realidad que pudiera considerarse normal a edades tempranas, hoy es demasiado frecuente encontrarla en personas que se resisten a abandonar la adolescencia.
En las organizaciones empresariales, las personas tenemos derecho a saber en qué podemos mejorar y es inteligente ser el primero en darse cuenta de ello, de forma que sea innecesario que nadie nos lo diga. Para ello, la autocrítica es el factor clave. Las personas con tendencia al victimismo carecen de una mínima capacidad autocrítica que les permita un desarrollo, prefieren criticar constantemente al mundo que les rodea manteniéndose, ellos, inmóviles en la irresponsabilidad.
Estas conductas, siempre a la defensiva, no dejan de ser ataques constantes a los demás, de forma clara y explícita o por detrás, con lo que los victimistas crean ambientes de trabajo de gran hostilidad; son agresivos pasivos, es decir, sin hacer nada tensionan toda la organización. Es muy fácil caer en la trampa de estas personas, dado que juegan con el chantaje emocional, consiguiendo que mucha gente se sienta culpable de sus penas y desgracias, modificando la relación con ellos, dándoles satisfacción a sus peticiones y aquellos que se niegan a entrar en su juego pasan por ser insensibles y malos compañeros. Como se ve, toda una joya.
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