Artículo publicado en mundocoachingmagazine –
Eduardo García.
Hace más de dos mil años, Sócrates intentaba instruir a través del diálogo y el uso adecuado de preguntas para hacer pensar al interlocutor sobre un tema o, mejor aún, para que a través de una interacción mutua, juntos llegaran a algún tipo de acuerdo, entendimiento o conocimiento sobre un punto en concreto.
Desde el año 1950, se han hecho populares las expresiones de “habilidades sociales”, más tarde inteligencia emocional, coaching y una amplia variedad de “disciplinas”, que nos enseñan conocimientos o técnicas en todo lo relacionado con las interacciones entre las personas.
Siempre que puedo me acerco a estas materias con una mezcla de ilusión, curiosidad y “actitud de duda científica”. Mi conclusión a día de hoy es que estas especialidades relacionadas con las interacciones entre personas, tienen su utilidad, sin duda. Mi opinión al respecto es que conocerlas es necesario, pero no suficiente.
¿A qué se debe su limitación? A nuestras creencias, lo primero, y a que seamos capaces de contagiar nuestras creencias, lo segundo. En resumen, a la persona que las aplica.
El uso de una técnica, pongamos, por ejemplo, la técnica SPIN para hacer preguntas, es útil si quién lo hace sabe usarlo. Sin embargo, la utilidad crece exponencialmente si la herramienta, técnica, etc, se confunde con la propia persona. Pondré un ejemplo concreto. La técnica de usar el nombre del cliente al hablar con él para generar confianza e intentar crear un vínculo emocional es útil, siempre y cuando se haga “con naturalidad”. Si el cliente detecta artificiosidad, instrumentalización, estrategia o como cada uno quiera llamarle, no sólo pierde su impacto, sino que genera el efecto contrario al deseado.
Si quien usa la técnica la simplifica en un “hay que decir el nombre de la persona mientras hablas con ella”, probablemente no surta efecto. Sin embargo, si lo que entiende es “esfuérzate en recordar su nombre para que se sienta presente en la conversación y dilo siempre que puedas, con naturalidad”, el resultado cambia. En el primer caso, uno cree que aprendiendo un “truquito” de comportamiento, se consigue el resultado deseado. En el segundo es necesaria una creencia de la persona que usa la técnica.
En el aula, a veces nuestros alumnos nos solicitan “trucos” para optimizar los tiempos, descubrir atajos… ¿Para qué me voy a esforzar en entender el meollo de algo? tú dime lo que tengo que hacer (la técnica, el truquito…).
Si de todas estas disciplinas nos quedamos con un conjunto de herramientas o técnicas, truquitos, etc…estamos simplificando tanto que desvirtuamos la esencia de cada aprendizaje y lo resumimos en una pegatina que queda molona en el currículum y en el ego. Hasta puede servir para vendernos. Un ratito, eso sí, porque antes o después se ven las costuras.
Si el lector me permite compartir la complicidad de acabar con una broma y reírme de mí mismo, supongamos que soy Psicólogo, Coach, Máster en Marketing y Negociación Comercial, Practitioner en PNL, MBSR en Mindfulness y homologado en la metodología Belbin. ¿Quién nos asegura a usted y a mí que no son meras pegatinas?