Aquella máxima que abogaba por la natural autorregulación de los mercados se ha demostrado que es falsa; sin la intervención de los Estados, algunos mercados estarían en quiebra, de hecho, muchos, técnicamente aún lo están, precisamente por una ausencia de regulación externa a ellos. Es decir, el libre mercado, por definición contrapuesto al intervencionismo, estaría tan solo en los libros de historia económica si no hubiera sido por ese intervencionismo que tanto critican. Ha sido como aquel hippie que renuncia al cobijo paterno para huir de su disciplina y vivir del amor y la paz, eso sí, con la Visa de su padre en la guantera de su furgoneta decorada de pájaros y flores… por si acaso a la noche hace frío y convenga dormir en un hotelito.
No tengo ni idea de hacia qué modelo nuevo debemos ir, ni idea; pero sospecho que el perfil de las empresas de ese futuro y el de las personas que las saquen adelante, necesariamente, debe ser distinto al actual. El estado del bienestar se ha sustentado en unas estructuras productivas donde las personas eran utilizadas como medios para absorber el excedente de trabajo o suplir sus vacantes para alcanzar los resultados. Han sido muchísimos los años en los que hemos ido dibujando, permítanme decir “construyendo” personas capaces de integrarse con éxito, unos más y otros menos, en ese, llamémosle “mapa mental de supervivencia social”, es decir, me formo y me cualifico con el fin de que alguna empresa que tenga trabajo de más o tenga alguna vacante por sustitución, me fiche y a poder ser con un contrato fijo o indefinido. Esto se ha acabado y no se enfade conmigo el lector si digo, que si no fuera por las desgracias personales; me alegro. Voy raudo a explicarme para frenar su impulso estrangulador.
El modelo actual/anterior reducía a la mínima expresión las capacidades de las personas, cual apero de labranza; te uso mientras haya tierra que arar y si no hay nada que labrar ¿para qué quiero yo un apero? De algún modo es un modelo “discapacitante”. Se ha considerado, formado y educado a las personas para desarrollar su capacidad de adaptación a las realidades nuevas y no para crearlas y esto es una discapacidad dado que las personas nacemos con el potencial creador de posibilidades. Fíjese, amigo lector, que lo grave del asunto es la creencia, que como poso nos ha dejado marcado en el ADN, generación tras generación, que al final nos quejamos porque nadie nos da trabajo.
Pero ¿por qué alguien debe tener la obligación cada mañana de levantarse para encontrarme un trabajo? ¿Por qué alguien, por ejemplo usted que me está leyendo, o usted, sí usted, el que tuerce el morro mostrando su desacuerdo, va a arriesgar su capital, va a trabajar un segundo de su vida para darme un trabajo ? ¿Y por qué no al revés y soy yo quien se arriesga y esfuerza en crear un negocio que le dé trabajo a usted? ¿De dónde saco el valor de responsabilizar a alguien de no darme un trabajo? ¿De quién nos quejamos? Yo se lo digo; de nuestra “comodísima discapacidad” tantos años cultivada para aprovechar oportunidades que ya no existen.
Tengo la seria sospecha de que el mapa por el cual nos estamos guiando nos va a llevar a una situación menos proteccionista, menos paternalista, porque va a ser menos reduccionista con respecto a las personas y sus capacidades. Las empresas no contratarán porque tienen trabajo sino que lo harán porque no lo tienen. Este vaticinio será el gran cambio hacia el que vamos, hacia profesionales no que absorban trabajo, esto lo hará la tecnología, sino que lo generen. Estas organizaciones necesitarán/ necesitan nuevos perfiles profesionales; más emprendedores, mas creativos, más inventores de posibilidades, de oportunidades. Apreciaremos no a las personas que hacen cosas sino a las que saben qué cosas se deben hacer.
Para ello, alguien ya debería estar haciendo deberes, me refiero a los responsables educativos, a las propias familias, y a los responsables de los recursos humanos de nuestras empresas. Todos ellos deben dar un giro a su concepción del desarrollo, creando para ello entornos de mayor exigencia donde las personas crezcan en su amplitud creadora y no solo en altura y en adquisición del saber.
Me alegro, porque confío en que el escenario al que vamos necesitará de personas maduras e independientes, gracias al cambio de creencias más acordes a sus capacidades reales, que tendrá necesariamente que desarrollar para abandonar las actuales, quizá más cómodas pero que le reducen todo su potencial a un simple utensilio o recurso por muy humano que sea. Al tiempo, que por cierto pasa volando y mañana, pasado mañana será ayer, es decir… tarde.