Decía mi padre que si burro naces, caballo no mueres, lo que viene a explicar que si la madera es de pino, el mueble puede ser bonito, pero no de roble.
No seré yo quien quite un gramo de importancia al peso del liderazgo en el éxito o fracaso de una empresa, pero de ahí a otorgarle el único protagonismo en la cúspide del medallero del éxito o en el infierno del fracaso, creo sencillamente que es un error, y lo es por varias razones.
La ingente y abrumadora literatura que sobre el liderazgo está invadiendo el mundo de la gestión empresarial está oscureciendo cualquier otro papel que no sea el del líder y, lo que a mi modo de ver es aún peor, nos convierte a todos los demás en borregos irresponsables de plastilina, como si fuéramos un bloque uniforme de seres unicelulares al pairo de la buena o mala suerte, con el líder al que nos haya tocado seguir. Resulta contradictorio que nunca antes hayamos disfrutado de los índices de formación como los actuales, y a la vez, seamos tan dependientes de las destrezas de los líderes. ¡Qué decepción!
Por un lado, hoy en día, a los líderes, como a los maestros, se les piden responsabilidades que exceden de sus funciones y que corresponden al colaborador, por lo menos, en alguna medida.
El maestro enseña y el niño aprende. Ambas circunstancias deben convivir si queremos que la educación fructifique.
Pero no podemos exigir al maestro que aprenda al niño mientras este crece sin responsabilidad alguna sobre su propio desarrollo.
Cuando nada más entrar en clase por la mañana, un alumno levantaba la mano para pedir permiso para ir al baño, Don Ciriaco, maestro de mi primera infancia al que quise mucho, nos decía: “a la escuela hay que venir cagao, meao, y con lo deberes hechos” y francamente pienso que muchas personas acuden cada día a su puesto de trabajo sin los deberes hechos de casa, y no es tarea del líder hacerlos por ellos.
La actitud y la automotivación son de esos deberes sobre los cuales uno tiene toda la responsabilidad y hay que traer-los hechos de casa. No puedo quejarme de que mi jefe no me automotiva. La motivación y el reconocimiento sin automotivación ni crítica con-vierte al individuo en indolente, que nada depende de él, ni nada de él se puede esperar. Recuerdo a otro profesor, al que no citaré pues aún mantengo una gran amistad, al cual criticábamos por el elevado número de suspensos en sus clases y su elevado nivel de exigencia.
Hoy, muchísimos años después, quiero reconocer que lo que en realidad le pedíamos es que bajara su exigencia a nuestro nivel de vagancia y mínimo esfuerzo, y así, bajan-do el nivel, bajando el nivel, bajando… los vagos también podríamos aprobar sin necesidad de aprender, por mucho que él se esforzara, y doy fe que lo hacía, por enseñar.
En fin, ciertamente el trabajo del líder es fundamental para alcanzar cualquier meta en una organización, pero no más importante que el trabajo de los demás.
Dicho de otra manera, cada rol es importante si queremos que el sistema funcione. La fuerza de una cadena se mide por el eslabón más débil, y este, no tiene por qué ser siempre el líder, preocúpate de no ser tú.
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